El ronroneo del gato, por Alicia Hartmann

Decidí aceptar este lugar en la mesa aún sabiendo que hace bastantes años me empecé a alejar de la práctica con chicos en el consultorio, pero no ha decaído mi interés por seguir pensando lo que tanto trabajé en tiempos pasados. La cita que elegimos de la Tercera es suficientemente amplia para el discurso del psicoanálisis en general pero en esta mesa en especial me remito a destacar que la angustia no es sin objeto, no es objetloss como afirma Lacan en el Seminario y es un afecto que no engaña y también es crucial en la constitución subjetiva.

La remontamos al trauma del narcisismo del que Rank se lleva ciertos laureles, arquetipo de posteriores situaciones de peligro  en ese pasaje de un medio a otro, donde la respiración cobra valor fundamental en la separación de la madre, del vientre materno, en ese corte del niño con sus envolturas. El haber sido arrancado prematuramente (Macduff, en Macbeth) habla de la inmadurez del bebé. Arrancado del vientre, pero como sobreviviente, con la fuerza necesaria para acabar con Macbeth.

El grito que ya pone en juego la estructura en su incipiente complejo del Nebenmensch, donde se constata la presencia-ausencia del Otro primordial atravesado por la falta por el solo hecho de ser hablante, de estar en el lenguaje.

Para que la angustia devenga miedo, y tomando esa diferencia entre terror, angustia y miedo hay peldaños. Y el mismo Freud se esfuerza en esa tarea muchas veces diciendo que bien difícil es esa diferencia, hasta postular tres teorías sobre la angustia, ya casi alcanza la angustia en sus concepciones múltiples. Las múltiples definiciones del inconsciente al menos en Freud y otras tantas en Lacan.

Y esto nos conduce a que el goce del ronroneo del gato es distinto que “animar a los animales”. El ronroneo del gato que atañe a ese autismo – autoerotismo no es lo mismo que el gallinero de Árpád, o la fobia a las gallinas o el caballo de Juanito. Justamente en esta diferencia están los niños que juegan con la plenitud de sus fantasmas imaginarios a diferencia de los fuera de juego, hors de jeu como los llama Lacan.

Qué implica esa ecuación cuerpo – goce – ser, casi como ecuación simbólica al estilo de Hannah Segal?

No es sin objeto tanto como la angustia y el miedo. Pero también la angustia siempre refiere al objeto a, y en el miedo responde a la sustitución metafórica opera el -fi escritura de la falta.  Y el terror, Shreck, dónde lo ubicamos? Ese terror que a veces toma el cuerpo todo y donde el objeto a como resto, que funciona como inanimado y puede generar fantasía, queda por fuera, la posibilidad del objeto como causa está lejos y solo se puede pensar en el cuerpo como condensador de goce que entraña la carroña, la basura y podríamos decir en ciertos casos que es un cacho de carne.  ¿Qué es el condensador de goce para el cuerpo en tanto que por la regulación del placer le es sustraído al cuerpo?

En Bonneuil era muy difícil dejar de pensar en eso. Betty, niña africana de 17 años que se golpeaba fuertemente contra las paredes todo el día -iba de una pared a otra todo el día- y tomaba sopa con un tenedor, o en Remis que deambulaba sin palabras teniendo una cuchara en cada mano asistido por dos pasantes para que no se extraviara y gritaba sin modulación alguna.

Animar a los animales nace con Juanito, Árpád, el objeto transicional, el niño en cuatro patas haciendo guau-guau o miau-miaau y tal vez deviene fobia donde la sustitución toma cuerpo en el objeto fobígeno. anclada seguramente en la metonimia del fetiche.

Bien sabemos que entre la vivencia de satisfacción y la de dolor circula la corriente del deseo y esa pregunta que hace Lucía a los 6 años antes de entrar por primera vez a mi consultorio: tenés perro, tenés muchacha? es de otra estofa que el pedazo de carne, lo mismo que Susana cuando dice después de mucho tiempo de análisis que el ladrido de los perros es como los gritos lacerantes del padre que escuchó desde pequeña.

Entre el cacho de carne y estos casos hay una otra cuestión que Winnicott señala y creo adhiero, cuando se pregunta si vale la pena en la cura de un autista que salga de su fortaleza vacía, de su invulnerabilidad, ¿desde qué ética vamos podemos sostener esto si solo trae el acrecentamiento de sufrimientos? Si la ética es del deseo, el deseo del analista es suficiente si esa corriente está anclada en Das Ding y opera la negación.

Alan, de 16 años empieza a sentir su cuerpo que pese a su autismo se expresa por el crecimiento, la efervescencia hormonal, y se pregunta por las chicas lindas, a las que mira y discrimina, ha incorporado la diferencia. ¿Cuál es mi futuro? Estoy preocupado por el futuro. Es el fin de su quinto año.

Alan tiene alto coeficiente intelectual, leía y escribía a los 3 años, obviamente sin comprender el texto, lo hacía mecánicamente.

Encontrarse con ese mundo exterior al que no puede acceder, ni sabe cómo, reproduce esa vivencia de máximo peligro: no puede acercarse a las chicas lindas y no encuentra un camino para su futuro, eso afecta su cuerpo todo y se transforma en algo muy cercano a un cacho de carne, se queda rígido y adopta posiciones extrañas y se paraliza emitiendo gruñidos animales. Se queda parado en el medio de la calle y pone así en riesgo su vida, cosa que nunca ha hecho.

Es un retorno al goce del gato, goce de la vida o del cuerpo, al de la vida que muestra la imposibilidad de la separación cuerpo-goce cuando despunta la sexualidad y su falta. Cuando lo conocí aleteaba, no miraba, caminaba en puntas de pie y emitía sonidos extraños.

Winnicott con su pregunta refiere a que el niño lleva dentro de sí el recuerdo de una angustia inpensable  o máximo dolor, que implica dejarse caer, o caída perpetua, desintegración, escisión somática, despersonalización y desorientación. Agrego: total desanudamiento.

Bion con el terror sin nombre cita a Karin Stephen, autora de ese concepto (1941) miembro de la Sociedad Psicoanalítica Británica, y agrega que ese temor es cuando falla la función Alfa, la capacidad de ensoñación, de reverie, no hay más mundo exterior, no hay proyección, no es miedo a morir, hay solo internamente  objetos bizarros. Los psiquiatras hablaron de catatonía.

Fue la primera vez a sus 17 años que se usó medicación. Pero lo interesante, ya que  tuvo una internación, es que él regresó a sus lazos de siempre y recordó con este dibujo ese agujero negro, y recuerda después de un año y medio esa regresión brutal al goce del gato, al ronroneo del gato, momento donde la ecuación cuerpo – goce – ser parecía incólume. Así dijo Adriana Hercman porque dice ahora ya no parezco una foca o un animalito que hace ruidos.

Cuando Lacan usa el cuento – él dice es un apunte – de Chéjov traducido por Paidós como El Horror y en mi edición de Aguilar Miedo se ve como ese pasaje de la vivencia extrema de la angustia al miedo es una gradación. Son tres episodios: una luz en la oscuridad que aterroriza, un vagón de un tren que se ha desprendido del convoy, y el miedo paralizante a un perro. Todo insignificante, dice Chéjov, pero el trabajo es la localización del objeto, agrega Lacan. Si un fenómeno tiene algo de incomprensible, es misterioso e inspira miedo.

Tomé una cita del segundo ejemplo que es del verdadero orden del pánico: De dónde viene el vagón, a dónde va? Hay algo que viene de su interior. De repente tuve conciencia de mi soledad, me sentí desconsoladamente solo en todo aquel inmenso espacio, sentí que la noche, que antes parecía retraerse, me miraba en el rostro y vigilaba mis pasos, que se presagiaba algo fatídico y no tenía otro objeto que asustar a mi imaginación y allí y eche a correr como un loco.

Dice Lacan ninguno de los tres ejes es angustia sino señal, sospecha. Agrego en este tiempo que nos toca vivir ¿tendremos los recursos para evitar la angustia traumática ante la sospecha que nos embarga de que podemos reducirnos a nuestro cuerpo? Esperemos que sí.


Trabajo presentado en la VIII Jornada anual de «El Malentendido»  el sábado 25 de noviembre de 2023.

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